sábado, septiembre 23, 2006

una más de Camus

He terminado de leer El Extranjero de Albert Camus. Había comenzado a leerlo, hace ya dos meses, luego me distraje con otra lectura, a decir verdad el inicio me había parecido un tanto aburrido y monótono, digno de posponerse. A veces me pasa que llego a encontrar la parte más interesante de un libro sólo después de la mitad o hasta el final.

Se trata de un relato que podría pasar desapercibido de no ser por lo inusual del comportamiento y forma de ver la vida de Meursault, el personaje principal. Es quizá analizando a este personaje cuando podemos percibir los diferentes matices de la historia, el entrelazamiento de los contextos juega sin duda un papel fundamental en el desenlace, nada esperanzador, pero tampoco algo que caiga en el cliché de la desesperación total. La muerte de la madre de Meursault es uno de los acontecimientos principales de la historia cuya importancia no se puede comprender en un principio; Meursault, inconsciente del peso que tendría posteriormente cada uno de sus actos durante el funeral, se comporta, a la vista de otros, de una manera un tanto indiferente, despertando las más diversas suspicacias. En un ámbito social repleto de formalismos y protocolos, la actitud "insensible" de Meursault viene a confirmar que no siempre la expresión se corresponde con el sentimiento. Lo cual resulta un tanto complicado de explicar, en este caso Meursault optará por dejar que todo fluya. Una decisión plausible para alguien tan perezoso, si se considera lo ardua y superficial que puede llegar a ser explicar el porque de tal o cual actitud.

Por otro lado Meursault refleja la actitud de aquel que no espera gran cosa en la vida, lo cual no excluye en ningún momento el escrutinio que constantemente hace de su entorno. Para Meursault las consecuencias no parecen ser una preocupación que determine su actuar, es más, lo único que parece importar realmente es la situación presente, que exige su atención fuera de discursos éticos y morales sobre las personas con las que se relaciona. Esto lo lleva finalmente a una situación extrema con consecuencias funestas, que Meursault parece atravesar como dentro de un sueño, entre la indiferencia y la rabia contenida. Por un momento, mientras Meursault es juzgado por asesinato, todo se vuelve confuso y comienza un laberíntico proceso de argucias en el que Meursault es simplemente un espectador, tan lejano que llega un momento en el que existe sólo como una mera referencia. Ahora Meursault no es sólo un asesino, sino un ser aberrante sobre la tierra que no ha llorado durante el funeral de su madre, ha tomado café con leche y fumado un cigarrillo. Todo lo anterior constituye el "ingrediente" perfecto de una mente criminal, a decir de sus detractores.

Al convertirse en un condenado a muerte Meursault despierta a los pequeños detalles que tantas veces pasaron desapercibidos para él, pero no lo hace reflejando un acto de arrepentimiento como esperarían quienes lo han condenado, sino más bien como muy pocos lo harían, analizando el aspecto práctico de su existencia. Privado de apegos y futilidades. Una de las cosas que más impresiona es la forma en que Meursault ha aceptado que su muerte, sea en ese momento o muchos años después, será algo inevitable. Que todo aplazamiento no sería más que el prolongamiento igualmente vacuo de su existencia.

Sin duda un personaje al que sería injusto calificar de nihilista o insípido. Por el contrario, sus contrastes llegan a convertirlo en una personalidad compleja que sólo podría trascender en el encierro de su misma individualidad en contraposición con su realidad como ser social. Podría ser que, como dice Salamano, otro personaje de la historia: "Hay que comprender, hay que comprender". En sí, creo que no habría que decir que a Meursault, como personaje, se le deba justificar o perdonar, sino más bien intentar interpretar, y tal vez, comprender.

Por cierto, al leer este libro me he acordado mucho de la película Expreso de Medianoche. Creo que, en mi opinión, la justicia no es quien está ciega, sino el hombre mismo.

martes, septiembre 19, 2006

un sonido

Podemos encontrar razones debajo de las piedras, conformar
la realidad como nos plazca y sentirnos bien con ello.
Incluso si nunca podemos justificarnos y dejar de hablar del tema para siempre.
No encontraríamos otra cosa que hacer, sino seguir pensando. Refutando.
O distrayéndonos de una u otra forma, como en una sala de espera eterna. Mientras las hormigas marchan desahuciadas en aquel rincón que es su mundo. Uno de todos esos mundos posibles de conciencia intermitente. O un sólo mundo, en pedacitos...

Diminutos.