lunes, octubre 04, 2004

cada minuto un milagro [microcuento]

18:30 - Guardé el portátil en su bolsa y me puse el abrigo. A ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia, protuberancias de gases incandescentes capaces de engullir cientos de mundos como el nuestro se levantaron sobre la corteza solar, aterradoras lenguas de fuego levantadas por la fusión de núcleos de hidrógeno. Trillones de fotones salieron al espacio, propulsados a la máxima velocidad concebible.

18:35 - Anochecía. La hierba del parque empezaba a cubrirse de escarcha. Tuve que usar una tarjeta de crédito para rascar el hielo que empezaba a formarse sobre el parabrisas del coche. Un vasto ejército de fotones que habían tomado el camino de la eclíptica, sobrepasaron la órbita de Venus y continuaron su enloquecido camino en dirección a la Tierra.

18:37 - La N-I estaba atascada. Me alineé con paciencia en el carril de salida, para incorporarme a la M-40. En la radio se opinaba sobre los accidentes laborales en la Comunidad de Madrid. Delante de mí, una nubecilla de vapor condensado salía del tubo de escape de un Volvo con matrícula de Ávila. La mañana estaba clara en el bosque de Waipoua, en Nueva Zelanda. Billones de fotones atravesaron limpiamente la atmósfera terrestre y besaron las hojas de Te Matua Ngahere (el Padre del Bosque, en maorí), el árbol kauri más viejo del mundo, de dos mil años de edad. Complejas reacciones fotosintéticas se dispararon en la copa del árbol sabio. Otro haz de fotones de sesenta mil kilómetros de ancho se hundió sesgadamente en otro punto de la atmósfera y se desplegó como una flor de luz, refractado por billones de partículas de la delgada piel gaseosa del planeta. Con el coche parado, levanté la vista al cielo. Ni una nube: la helada esta noche sería fuerte. Un gradiente perfecto del negro al azul enmarcaba la silueta de los edificios de Madrid.

18:38 - Una legión de fotones dejó la Tierra a su izquierda. Un segundo más tarde, chocaron contra la pulverulenta superficie lunar. Muchos de ellos calentaron levemente el polvo eternamente detenido del satélite, mientras otros rebotaron difundidos en infinitas direcciones. De ellos, algunos tomaron la dirección de nuestro planeta. Unos pocos millones eligieron atravesar la atmósfera terrestre precisamente por la intersección del paralelo 43º 20' N y el meridiano 8º 25' O, decididos a estrellarse contra mi coche.

18:39 - Levanté un poco la vista. Presidiendo el cielo impoluto, la luz de la luna creciente, curva y estrecha como una sonrisa sideral, bañó mis ojos. Di gracias en silencio por el regalo de una belleza tan improbable. En la radio daban anuncios.

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