miércoles, marzo 23, 2005

broma mortal

No hay perdón, sin justicia no hay perdón, concluímos. Estuvimos sentados alrededor de la mesa, todos con los ojos vidriosos, sin hablar demasiado. Una que otra vez llegamos a mirarnos discretamente con los ojos a punto de estallar mientras negábamos con la cabeza. Recordamos momentos dolorosos, llenos de infamia, los que habrían formado nuestra estirpe de sangre mezclada con odio. Eso si, estupefactos. Nadie más que yo podría escribirlo, aunque no hubiera necesidad de ello, incluso siendo simple vanidad. Abrazando el aire marcado de esperanza nos atamos cada uno a una esquina de la mesa, temerosos del vacío, y caímos en un sopor de risas, como ignorando nuestra miseria.

(Creo que no podré dormir esta noche, mejor dicho no debería, nada tiene sentido en la oscuridad. Nada tiene sentido cuando nadie escucha, nada tiene sentido cuando no hay alguien a quien importe). Luego nos levantamos como sonámbulos, cada uno de vuelta a sus pensamientos habituales, tan secretos, tan ensimismados y caóticos. Y entendimos al fin esta burla sobre nuestras cabezas pegando recortes de sobriedad sobre los agujeros del olvido. Hicimos nudos a aquellos bultos de basura repletos de recuerdos de vidas pasadas e irreconocibles ahora.

Mañana partimos todos, a la muerte por diferentes caminos, inútiles caminos. Vamos inventando pretextos y sensaciones resistentes a las tempestades. Todo tipo de artilugios para no ser descubiertos en delitos de emoción incomprensibles. Pero es cierto, estamos cansados ¿No es verdad? Los lagos no nacieron para hacer olas.

Sus pequeños ojos me miraron con la misma tristeza que se inventó para mí.