domingo, abril 10, 2005

bombas

Escucho bombas cayendo. El mundo empequeñece ante mis pies y todos corren despavoridos de un lado a otro, como torpes bolas de billar en una confusión de humo y luces tenues. Alguien grita: "-¡No quiero ser una hormiga!". Alguien más toma nota desde un infinito anónimo de MDMA, pero sin lápiz como el buen mentiroso habitual que es. El silencio es ensordecedor, cuando es interrumpido. Así sucede aquí, es decir, allá.

Escucho gotas comiéndose a sí mismas en su carrera desenfrenada. Las gotas son inofensivas. Las bombas nos matarán a todos. "-¡Quisiera ser una hormiga!".

Luego un sobresalto y, vaya, sólo es la jodida lluvia ácida que no ha dejado de caer en las últimas horas, o tal vez siglos, guardando las proporciones de un relato que se diga coherente. Como no es éste el caso.

Los ojos secos de imágenes, en algunas ocasiones es preciso el vacío, que no la nada, como en aquellos jardines de arena cuyo nombre no recuerdo ahora, esas inmensidades que son cruzadas por caravanas de hormigas portando pancartas con algo que apenas alcanza a distinguirse, creo que debe ser algo como: "-¡No quiero ser una hormiga!".

La ansiedad gira en las revoluciones de un disco compacto que se piensa fue la luna. Mis deseos sintéticos corriendo sobre el mar, extraviados en planetas diminutos, en inicios y fines inconclusos, más que eso, invariables...