miércoles, febrero 02, 2005

laboratorio

Otra noche enmohecida y el cangrejo camina
con paso lento y ebrio bajo la luz de las lámparas de neón.
Con los ojos al revés camina hacia atrás. Avanza en retroceso
firme y sincero mientras diserta:

"Me estoy acercando, que alguien se atreva a decirme que
no estoy cerca y le romperé toda la cara y más".

Ahora sus pensamientos son interrumpidos por
la sensación de dolor que produce una colisión con su propio
reflejo en un confín de la pecera,
tuerce los ojos buscando hacia adelante o
hacia atrás, nadie lo sabe, y piensa que tal vez
sería mejor cambiar de dirección. Porque cuando se
toca fondo es preferible cambiar de dirección que hacer
el ridículo rascando tierra de sepultura, eso es trabajo de otros.
La escasa vegetación contempla inmóvil,
no hay viento. Afuera, muy lejos, algún epicentro despierta,
rugen los kilómetros y el polvo emprende el viaje en estado gaseoso.
Tiembla, el cristal tiembla,
cae el techo, de cristal o granito,
nadie lo sabe todavía, hasta que el dolor se haga presente.
El acuario se resquebraja bajo el peso del techo inoportuno
despanzurrando al filósofo y público vegetal en un ritual de
universos consumados al unísono. Mal espectáculo éste,
siempre inconcluso. Mal formado caparazón cuarteado, coagulante.
No hay viento. Todos inmóviles ahora,
agusanados en otra noche enmohecida.
Aplausos, marca el display aburrido, aplausos y de pie. Sigan avanzando.
El siseo del silencio aguzado sólo parece aumentar la estridencia fílmica del hecho.