domingo, enero 23, 2005

Aquella mujer de rostro tan familiar me miraba desde dentro con los ojos repletos de angustia, me contaba esa historia triste, la más triste que hubiese podido escuchar alguna vez. No fuí capaz de escribirla. Que caso tendría, ella era ciega y yo manco de ambos brazos, cojo de ambos pies y mudo, casi sin cuerpo, hay quien dice que sin alma. No podía hacer otra cosa que verla y escucharla, cerrar los ojos y animar los sueños al vacío. Y es que en verdad, no hubiera querido hacer otra cosa.