sábado, mayo 21, 2005

bluelephant

Publico este relato para enlazar un blog en el que encuentro cosas interesantes de vez en cuando. La verdad es que no quería quedarme sin publicar algo el fin de semana (maldito vicio bloggero), pero este relato me pareció bueno y, afortunadamente, no verídico (si Google no mintió).

R. Cadena: Relatos.

Reinaldo Cadena nació en Medellín en 1980 y murió en la misma ciudad en 1998 tras recibir un tiro en la frente procedente de las sombras de un pastizal cerca a su barrio. Entre el primer y el segundo incidente, Reinaldo Cadena mató a treina y cinco personas incluyendo su madre, su hermanito, su tio y su perro de toda la vida, Tron. Esta última muerte, me contó alguna vez, fue la única que propinó movido por amor. Hubiera matado a su padre de haberlo conocido, me dijo también. Reinaldo tenía pómulos afilados y colorados, fumaba desde los nueve, pero nunca metió vicio, y desde los doce jamás había estado a más de un metro de su revolver, un smith and wesson modelo 10 que le robó a un vecino bocón, borracho y pendenciero que había sido policía. Él fue su primera víctima.

Reinaldo Cadena escribía cuentos y su escritor favorito era Federico García Lorca hasta que descubrió que era un maricón. La providencia hizo que nos conocieramos en un recital de prosa que la casa de la cultura de Montería organizó para celebrar sus treinta y cinco años de fundada. Moreno-Durán iba a leer algunas cosas y se rumoraba que habían traido a Gomez Jattin de Cartagena. Ni lo uno ni lo otro fue cierto: Moreno-Durán canceló por gripa y a Raul nunca lo pudieron encontrar. Cadena hacía parte de un grupo de escritores jóvenes paisas liderado por otra estrella fugaz, el controversial Nafer Loaiza, que moriría por una sobredosis en el paseo a Coveñas que siguió al recital. La presencia de los paisas llenó el evento de un particular ambiente festivo. Se sentaban siempre en la parte de atrás y aplaudían emocionados con cada intervención. Eran diez o doce muchachos. Creo que ahora uno escribe en El Tiempo y otro en algún periodico de Medellín. Hay uno que hace poco ganó un concurso de poesía en España. Los demás desaparecieron sin rastro.

Reinaldo no era bueno, hay que reconocerlo. Tenía mala ortografía y poco estilo, pero también tenía perseverancia e interés por mejorar. En el recital leyó un cuento sobre un perro que es sacrificado por su dueño. El cuento era narrado por el perro, era dificil de entender, la narración se perdía en si misma y el cierre me recordó Of mice and men con un intrincado twist. Hablamos en un coctail que siguió a la primera serie de lecturas. Le pregunté si había leido a Steinbeck y me dijo que se había visto la película pero que no había conseguido el libro. Reinaldo no robaba, iba en contra de sus principios. Matar es diferente, decía, éso es justicia.

A Reinaldo lo mataron porque lo confundieron con otro. Un ajuste de cuentas entre bandas o algo así. Había estado con la novia toda la tarde y luego había salido para el barrio a encontrarse con un amigo al que le iba a prestar una plata. Los testigos dicen que se desplomó al segundo tiro, el primero le dio en el hombro, él miró hacia el potrero en tinieblas, refunfuñó y siguió caminando con las manos entre los bolsillos. Tres pasos y bum bum: dos tiros más. El primero se metió entre una ventana de la tienda del otro lado de la calle y mató a Don Sebastián, el tendero, que en ese momento arreglaba la estantería subido en una escalerita metálica que siempre tenía detrás de la puerta. La bala, todavía untada de vidrio, le entró por la espalda y terminó estampada contra la pared en una explosión de sangre, arequipe y frijoles enlatados. La segunda bala le hizo a Reinaldo un agujerito de ochenta milímetros de diámetro en el frontal izquierdo y un crater de cinco centímetros de diámetro en la nuca. Esas cosas no duelen. Se siente un ruido sordo cuando entra y, si uno tiene suerte, la bala le licúa el centro del dolor antes que el dolor llegue. Murió sin entender muy bien por qué, no esperaba menos de si mismo.

Reinaldo dejó una especie de diario en un cuaderno Jean Book cinco materias que escribía de manera errática y casi siempre cuando estaba tomado; un cajón de manuscritos ilegibles que contienen cuentos, reflexiones y hasta un ensayo sobre la virgen del carmen y su relevancia en la mitología barrial paisa; una libretica con notas de los cruces de Reinaldo incluyendo historiales de todas sus víctimas; una carta para su novia "en caso de que le pasara algo malo" en un sobre sellado; un folder con tres historias policiales pasadas a máquina por una vecina que era secretaria de la gobernación. La primera historia, titulada Tango a tres pies, brinda reveladoras pistas sobre el asesinato, hasta ahora impune, de un medianamente reconocido cantante de tango local que fue desfigurado a tiros en una casa que tenía en El Retiro, cerca a Medellín. La segunda historia es la vertiginosa confesión de un muchacho que, borracho, mata a machetazos a un par de vecinos que no lo quieren dejar jugar futbol en la cancha del parque. La tercera descubre una conexión misteriosa entre los dos crímenes anteriores convirtiendo el compilado en una fina —y sorpresiva— novela corta.

Estos tres relatos y algunos cuentos fueron publicados en enero del año pasado por la alcaldía de Medellín, dentro de su programa de apoyo a la juventud, en el libro R. Cadena: Relatos. En la solapa sale una foto de Reinaldo con el pelo largo sentado en una banquita en el parque de Berrío fumandose un cigarrillo y con una lata de colombiana en la mano. Abajo de la foto dice: Reinaldo Cadena nació en Medellín en 1980 y murió en la misma ciudad, a mano de la delincuencia común, en septiembre de 1998. Se inició en la escritura siendo muy joven. Participó con éxito en varios festivales de cuento y cuentería y asistió invitado por los organizadores al tercer encuentro nacional de escritores jóvenes realizado en Bogotá en 1997. La primera y única edición del libro tuvo un tiraje de 9000 ejemplares. De ellos, 2000 aún reposan en una bodega de la alcaldía esperando a ser convertidos en alimento de ratones. Con las ventas del libro, el secretario de educación de la alcaldía se compró una camioneta bronco que siempre había querido y le pagó a sus mellizas de quince años un viaje de un mes por las islas griegas. Oficialmente, el dinero fue utilizado para mejorar las instalaciones del centro de la juventud en el barrio La Ensenada, que lleva en obra negra doce años.

El cuerpo de Reinaldo Cadena fue fue declarado N.N. por medicina legal dado que nadie lo reclamó. Sus huesos, remendados apropiadamente, cuelgan sonrientes de un gancho en un aula de la facultad de medicina de la Universidad de Antioquia. El afamado profesor Agustín Pedraza, en alguna de sus recurrentes visitas a la Universidad, hizo notar al decano de la facultad las perfectas proporciones de sus huesos de la mano. Debió ser un escritor, observó el galeno. El decano asintió mecánicamente aburrido de la erudición senil del bogotano y salió del salón. Pedraza se quedó un rato más admirando los finos carpos y metacarpos hasta que llegó una señora a barrer. Al día siguiente, cuando llegó a Bogotá, ya se había olvidado del asunto. Éso pasa.