sábado, abril 23, 2005

traitor

¿Preguntas? Nada. Que las pasiones se te suben a la cabeza y crees que puedes vivir así por siempre, con la cabeza llena de cagada multicolor, con las horas dopadas y los minutos sinestésicos. Lo que debí haber sabido es que para los verdaderos idiotas las oportunidades son pocas, muy pocas. Luego, escucho un golpe seco y me veo ahí tirado, tal vez un poco ensangrentado (porque toda exageración es también ridícula) pidiendo auxilio a las mil paredes, frente al único espejo roto que mantenía encendida mi imagen. Después, a cielo abierto, los pensamientos vagando, incesantes, no quieren partir, no quieren quedarse pero se alejan, inevitablemente.

Estos sueños que vendí, las pesadillas que compré me recuerdan hoy los infiernos privados a los que todos tenemos derecho. Y de los que todos gozamos. Pero mirando al infinito de sus ojos me digo, no estoy solo, aunque en realidad si lo estoy. No lo digo en voz alta, mi insolencia calma en parte esta sed de dolor, esta adicción de formas inconclusas y sueños...

¿Qué es verdad? ¿Qué es lo esencial? Cuánto a pagar por la simplicidad. Cuánto más por este silencio que se esconde del ridículo. Me preguntaba. Hoy sólo sonrío sabiendo que cuando el sol muera no estaré ahí y cuando la noche termine habré llegado demasiado tarde. Soy bien conocido por mi impuntualidad. No me preocupa, ni me arrepiento de nada, las deudas se pagan en esta vida o no se pagan nunca. Estoy abstraído, todas las corrientes se disuelven tarde o temprano.

Regreso.- No más, me dije.
No más abrazos a fantasmas dislocados.
No más párpados caídos en sopor.
No más miedos en oleaje nocturno.
No más viento helado colándose por la ventana.
No más, de todo eso que aún no sé como empezar.
No más dudas. No más promesas. Y así, sucesivamente...

Has de saber que la historia no ha sido siempre así, aunque tampoco la inventé yo, mejor dicho la heredé, de algún tío bien jodido, decía en su testamento que me condenaba a hablar solo los fines de semana, aunque se portaba benévolo y me dejaba también una ventana, por si quería hablar con la luna, a cielo abierto. Gran cosa, ¿No crees?