domingo, junio 05, 2005

hell on my own

- El infierno soy yo.

- Ten fe, hijo de puta, ten fe.

Con este maldito dolor de esqueleto y la cabeza enterrada en un montón insalvable de desechos mentales se derriten algunas ilusiones. Pero al menos sabemos de lo que va todo. Lo que es inevitable y lo que no lo es.

Comencé leyendo. Escribo estas líneas desde un lugar extraviado, sin más arma que la piel, he perdido la noción del tiempo y no podría asegurar exáctamente cuanto ha transcurrido desde que llegué aquí, ni siquiera la forma en que llegué. Aunque nada indica que he llegado, sólo el movimiento que interrumpe mi respiración de plástico.

Intentaba narrar mi historia, los dedos se me deshacían como plastilina sobre el teclado que no era un piano o una pila de tambores. La música de otro lado. La tinta azul se esparció por el suelo resplandeciente. No sólo había olvidado escribir con la pluma, había olvidado también mi historia con todos sus días y noches enrejadas, y lo peor de todo, los pesares a los que solía llamar éxitos o fracasos, según mi estado de ánimo. Es triste ser un muñeco. Y las muñecas no lo pasan mejor, además deben sonreír casi siempre.

Fue así como decidí convertirme en un mentiroso invisible. Interceptar conversaciones de cabinas telefónicas inservibles, diálogos en alguna cantina abandonada, suspiros de teatros abandonados, lo de siempre rodando solitario, olvidos flotando encerrados en botellas sobre el mar, cualquier mar. Si los ojos no lloraran no habría arco iris en el alma. Eso lo leí hoy. En algún momento de vigilia, mientras buscaba otro anuncio. Accidentalmente. A-c-c-i-d-e-n-t-a-l-m-e-n-t-e.

Pero conocía el final, tenía al menos esa certidumbre. El final era que no había final sino un inconcluso más. ¿Y entonces?

- ¿Para qué?

Me respondía, sin piedad. Y era cierto, ¿Para qué?

- Porque vivimos por lo que amamos.

Escribió alguien más con recortes de periódico sobre una pared manchada de oscuridad de todo tipo. Luminiscencias, pensé.

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