lunes, diciembre 13, 2004

naufragio

Ese psychonáutico malestar que hace tan inviable lo trivial, y que nos invade algunas veces, a algunas personas, por algunas extrañas y jodidas razones, parece tan ridículo cuando lo miras analíticamente bajo parámetros convencionales. Pareciera no haber otra salida que sonrojarse muy silenciosamente y darse unos sopapos para aplacar la fiebre esquizoide y el letargo de intrascedencia de ideas tan insulsas en un mundo de practicidades. Nada más con salir y ver como la gente se desvive por vivir lo invivible me siento náufrago furtivo contemplando el cielo estrellado, panza arriba, flotando en un océano café cuyo color no quiero evocar, mientras escucho por el altavoz murmullos extranjeros y música de cámara (agghh!). Dos vueltas, tres vueltas, cuatro más sobre mi eje, con los brazos extendidos y sonrisa de oreja a oreja sostenida con garfios de inmadurez, demasiado tarde para subir al barco, demasiado pronto para llegar a la isla más cercana, esto, eso, aquello, todo, nada... zzzzzzzzz


NÁUFRAGO
Lluís Grèbol

Estaba cansado y peligrosamente agotado, no recordaba cómo había llegado a esa situación, debí darme algún golpe en la cabeza al caer al agua, lo único que recordaba era la sensación de ahogamiento, y un impulso primitivo de supervivencia que me hizo emerger hacia la superficie para inspirar una gran bocanada de aire, pero antes de eso nada, amnésico total. El tiempo se fue diluyendo ante mí como en un reloj de arena y perdí toda noción del mismo entre la desesperación y el cansancio que no sólo me atenazaban los músculos, sino también la mente.

Después de superar mi primer estado de miedo, alucinación, estupor, empecé a gritar y a llorar, pero no me sirvió de nada, y lo peor es que nada comprendía, lo único que tenía claro es que estaba solo en la inmensidad del océano y a punto de ahogarme. Tenía las extremidades entumecidas por el esfuerzo de mantenerme a flote. Como única alternativa de supervivencia me puse “panza al sol”, cerré los ojos e intenté recordar y reconstruir mi inmediato pasado.

¿Cómo coño había llegado yo a esta situación? Y lo más importante: ¿quién era yo? Después de un gran esfuerzo, empecé a vislumbrar algo de claridad por los laberintos de mi pensamiento, recordaba una ventana, sí, eso mismo, una ventana y luz, mucha claridad, yo pegado al cristal de una ventana viendo pasar el frío invierno a través de las bufandas y el vaho de los transeúntes, de los árboles despojados de color y de los charcos helados. Lo siguiente fue salir de la casa, más que salir, escapar, pero ¿escapar de quién?, ¿de qué?.

A continuación, frío, la sensación de un viento gélido abrazando todo mi cuerpo desnudo y pegándose a mí una capa de helado porvenir, de deambular por las calles tiritando escondiéndome de miradas furtivas, tropezando hasta entrar en una cafetería, y … ¿y luego?.

Nada, no recuerdo nada más, a partir de aquí el negro más absoluto, pero mientras iba hilvanando mis exiguos recuerdos una voz grave inundó todos mis sentidos:
—¡Camarero, póngame otro café, que en éste hay una mosca!
¡Dios mío, soy una mosca!

!!

Qué poquita vida.

2

Blogger carlos >>>

Joder chico, calma ese diluvio de adjetivos


Saludos

8:40 p.m.  
Blogger :tragic hero: >>>

Neta, demasiados adjetivos, ya ves, a falta de nombres. A veces se me olvida que esto no es como escribir código para programas de computadora ja, en fin, se te agradece la observación camarada.

8:28 a.m.  

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