Tal vez a nuestra muerte el alma emigra: a una hormiga, a un árbol, a un tigre de Bengala; mientras nuestro cuerpo se disgrega entre gusanos y se filtra en la tierra sin memoria, para ascender luego por los tallos y las hojas, y convertirse en heliotropo o yuyo, y después en alimento del ganado, y así en sangre anónima y zoológica, en esqueleto, en excremento. Tal vez le toque un destino más horrendo en el cuerpo de un niño que un día hará poemas o novelas, y que en sus oscuras angustias (sin saberlo) purgará sus antiguos pecados de guerrero o criminal, o revivirá pavores, el temor de una gacela, la asquerosa fealdad de comadreja, su turbia condición de feto, cíclope o lagarto, su fama de prostituta o pitonisa, sus remotas soledades, sus olvidadas cobardías y traiciones.